La fragilidad del High End:
El relevo generacional que no llega
Séptima entrada del Blog de Salvador Dangla
Soy optimista por naturaleza, pero de vez en cuando un poco de realismo pesimista no viene de más para situar determinadas cosas en su contexto. Y supongo que después de publicar varios Blogs más o menos “racionales” ya le tocaba el turno a uno más “emocional” y por lo tanto eminentemente subjetivo pese a que hay en su substrato no pocos elementos objetivos. El caso es que en este último Blog del 2016 toca ya hablar de algo que conecta con la esencia de nuestra afición en lo que a mercado, “negocio”, se refiere: la tremenda sensación de que el High End se apaga, extingue, progresivamente como consecuencia de la ausencia de relevo generacional. Es un tema peliagudo que se puede enfocar desde puntos de vista muy diferentes, tantos que al final cada uno acaba con su parte de razón y lo que parece negro resulta al final que no lo es tanto.
En consecuencia, voy a combinar realidades objetivas que conozco con percepciones personales que, pese a estar bien fundamentadas, también albergan su margen de error. El caso es que hace un par de semanas me escribió un profesional del sector con el que mantengo una buena relación para expresarme su valoración de los años que lleva trabajando en lo nuestro, es decir en el mundo del sonido doméstico de alta calidad. Era una valoración fruto de su experiencia profesional –potente y además a varios niveles- pero, como resulta prácticamente inevitable, influida en mayor o menor grado por los resultados objetivos de su caso personal.
En este sentido, no viene de más recordar el ya clásico comportamiento de los propietarios de la mayoría de establecimientos especializados, que siempre dicen que las cosas no van bien cuando a ellos no les van bien independientemente de que al resto de sus competidores les vaya cojonudamente. Teniendo en cuenta este matiz, hay margen para la discrepancia. Pero mi amigo profundizó un poco más y tocó dos temas extremadamente sensibles: el primero de ellos se refiere a los cambios en la distribución, tema que da para un Blog independiente y sobre el que aquí no voy a hablar; el segundo de ellos tiene que ver con el relevo generacional, y ahí sí que puso el dedo en la llaga. Me dijo dos verdades que, en cierto modo, son de perogrullo: primero, que en cualquier evento dedicado al High End las canas –tanto de los expositores como de los asistentes- tienen un protagonismo creciente; segundo, que a las nuevas generaciones el audio de alto nivel parece importarles un bledo. ¿Se muere, pues, el High End? La verdad es que no sé qué decir, porque son tantos los parámetros que hacen que el mercado de un determinado país no tenga nada que ver con el de su vecino que acabaríamos locos si quisiéramos elaborar un informe sesudo al respecto. Sin ir más lejos, aquí en nuestro país hace por lo menos 15 años que oigo al agorero de turno decir que “La Hi-Fi está muerta! ¡Y dale que te pego con la Hi-Fi! Hay que tener más perspectiva y hablar de audio de alto nivel, y aquí la cosa cambia. El problema es que muchos confunden la pasión por la música con la “necesaria” pasión porque dicha música suene lo mejor posible, con lo que ello comporta en términos de inversión monetaria, y la verdad es que son cosas muy distintas.
Por otro lado, son también no pocos los profesionales que consideran lógico que si a todo el mundo le gusta la música y la tecnología, ¡pues qué menos que tener un deseo irrefrenable por hacerse con un equipo de 3.000 ó 4.000 euros! Pero las cosas no son tan fáciles, y además varían en función del nivel educativo y económico de cada país. Dicho lo anterior, permítanme viajar en el tiempo y retroceder 35 o incluso 40 años (casi me asusta sólo escribirlo). Hablamos de una época en la que los “juguetes tecnológicos” apenan existían –como mucho, una calculadora científica portátil de Hewlett-Packard o Texas Instruments y poca cosa más- y, sobre el papel, un sistema de Alta Fidelidad era –con permiso de un buen televisor en color- lo más de lo más. Pero incluso ya entonces se hablaba de la “Edad de Oro” de la Alta Fidelidad como si fuera algo del pasado. Es más: siempre recordaré cómo me sentía en aquellos Sonimag de finales de los años 70’en los que me llevaba mis LP’s favoritos para escucharlos en las para mí alucinantes salas de empresas en su momento emblemáticas –y ya desaparecidas- como Pro-Son (JBL), Craftsman (G.A.S., Klipsch) o EAR (Luxman, Nakamichi, KEF, Quad).
La realidad es que me sentía solo, como si fuera un marciano, preguntándome permanentemente si era el único melómano de 16 años de este país que se gastaba sus mil quinientas pesetas en un LP de grabación directa de Sheffield. Pues bien: esta sensación me ha acompañado siempre –repito: siempre- en todos y cada uno de los eventos a los que he asistido, en especial como aficionado. Luego, cuando estás en el otro lado, la cosa cambia porque se pierde la inocencia, pero la conclusión a la que llegué hace ya mucho tiempo es que el High End es un universo muy especial, y por tanto de minorías. Se equivocan quienes piensan que todo amante de la música con un fuerte poder adquisitivo se gastará 10… euros en un giradiscos, aunque siempre hay y habrá excepciones en la forma de entusiastas con el bolsillo potente o simplemente personas a las que la economía les ha sonreído y quieren lo mejor –si puede ser lo más caro, mejor- en todo.
Luego está la componente íntima de la escucha de música –el cine es más “hedonístico” y social- que hace que quien se gasta 100.000 ó 200.000 euros en hacerse con un buen equipo es porque lleva la pasión por el sonido con mayúsculas incrustada en su ADN. Vamos, que no tiene nada que ver el High End en sonido e imagen con una casa de unos cuantos millones o un Lamborghini con un V12 de 700 caballos. Es precisamente esta componente “emocional” lo que hace que en audio High End haya tantas y tantas marcas y que, a la vez, los responsables de las mismas dediquen toda su vida a buscar su particular Olimpo. Luego está la componente cultural, que hace que en países como Alemania, Japón, Suiza, Taiwán, Dinamarca o el Reino Unido o en las élites de otros mucho menos “igualitarios por arriba” –China, EE.UU.- la afición por el High End sea mucho mayor que en otros. Pero lo que sí es cierto es que si queremos que esto continúe funcionando es absolutamente fundamental conseguir que los jóvenes sepan algo tan simple como que el High End existe.
Es como si la historia volviera a repetirse, pero lo cierto que incluso los cachorros de las clases acomodadas no saben de la existencia de los productos que para nosotros son auténticos objetos de deseo. Esto también se percibe en la prensa especializada: les engañaría si les dijera que no he pensado, cuando voy a la feria de Múnich, el ya clásico “joder, siempre estamos los mismos, aunque más viejecitos”. Y lo mismo sucede con los asistentes a eventos varios, y no sólo en nuestro país: pese a la descomunal cantidad de productos en exposición y demostración y al hecho de que se celebra en una ciudad riquísima y cultísima de un país amante de la música de calidad, al Munich High End no van ni 15.000 personas. Recuerden: el personal tiene ahora mismo muchas opciones, y muy apetitosas –ordenadores, móviles, viajes- donde gastar su dinero y, mal que les pese, los responsables del sector tendrán que seguir luchando para seducirles. Por otro lado, los descomunales precios de un número creciente de componentes de audio tampoco ayudan en nada a revertir la situación. De nuevo, estamos ante una temática –una de las “patatas calientes” del High End- que merece su propio Blog. Podría extenderme hasta el aburrimiento, pero es hora de terminar: hay que conseguir –aquí marcas, importadores y prensa desempeñan un papel crucial- que la gente sepa que, como he dicho montones de veces, también el mundo del sonido y la imagen tiene sus representantes de excepción, y, sobre todo, que por una cantidad muy razonable es posible disfrutar la música con unos niveles de realismo excepcionales. Si no, dentro de veinte años el High End como industria ya no existirá.