Reflexionando sobre la “mentira” de la influencia de los cables en audio
Novena entrada del Blog de Salvador Dangla
Esto nos retrotrae a mi último Blog, que vio la luz justo a finales del pasado mes de febrero. Por fortuna, el carácter permanentemente “abierto” del High End, sobre todo en lo que a su faceta “sonido” se refiere, a la hora de discutir ciertos temas juega a mi favor porque lo que diré a continuación hubiese tenido la misma validez –o “no validez”, cuestión de gustos- tanto hace dos meses como el próximo verano. Dicho esto, reconozco que me he tomado mi tiempo para elegir la “mentira de la Hi-Fi” que protagoniza el presente Blog, más que nada porque todas las “mentiras” de la lista comparten un elemento común: el haber sido “propuestas” por individuos pertenecientes a ese “subsector” de la audiofilia –no sólo hispánica sino de todo el mundo, que conste- que considera de manera sistemática que, de entrada, los componentes de audio High End de precio muy elevado son una estafa y, consecuencia directa de lo anterior, que es posible tener una reproducción sonora del máximo nivel cualitativo y cuantitativo por muchos menos.
A partir de ahí, las “mentiras” que pretenden justificar lo dicho están más o menos razonadas pero omiten un elemento fundamental si realmente se cree en la excelencia: la escucha, y además sin prejuicios, que desmonta en buena parte los argumentos basados únicamente en lo cuantificable. Esto me permite entrar ya directamente en materia, léase en la “mentira” que he escogido este mes: los cables, auténtica patata caliente del mundo del audio y por lo tanto motivo de eterna discusión tanto entre aficionados como profesionales (tanto del audio doméstico como del audio pro, de la distribución y de la prensa especializada) a la vez que uno de los elementos de crítica –cuando no directamente desprecio- favoritos del personal más radicalmente “anti High End”, o por lo menos del High End más exclusivo. Aún así, les mentiría como un bellaco si no reconociera que en multitud de ocasiones he pensado –y sigo pensando- que tal o cual marca “se está pasando” al proponer cables que se venden por el mismo precio no ya de un equipo de Alta Fidelidad decente sino incluso de High End. Por lo tanto, dependiendo del enfoque con que se mire el tema hay argumentos sólidos para rebatir esa especie de carrera motivada a partes iguales –aunque también dependiendo del fabricante- por la búsqueda de la excelencia y el “a ver quién fabrica el modelo más caro” porque es cierto –lo comprobaré una vez más en Múnich le semana que viene- que da la impresión de que algunas marcas sólo están preocupadas en meter un “polvo” –económico- potente al millonario –habitualmente asiático, aunque hay de todo- de turno.
Dicho esto, la cosa no es tan fácil. Además, he de reconocer que precisamente como consecuencia de su enorme subjetividad, el tema cables no es santo de la devoción de la inmensa mayoría de críticos especializados, ni siquiera de los más veteranos, porque en más de una ocasión el equipo X cableado con modelos Y megacaros ha sonado igual o peor que el mismo equipo cableado con cables Z cinco veces más baratos y, claro, al personal que en teoría “guía” al resto no le gusta pillarse los dedos. ¿Dónde está, pues, el problema? De entrada, aquí un razonamiento de tipo técnico serio sí tiene sentido porque en realidad lo que hacen los cables es transportar señales de audio complejas –música, no un tono sinusoidal puro- de un lado a otro. A nivel eléctrico, esto implica el respeto estricto –estamos en audio de excepción, no lo perdamos de vista- de una serie de relaciones de amplitud y fase, a lo que en el caso de los cables de conexión a cajas hay que añadir el parámetro potencia. Dicho esto, tanto el punto de salida de la señal como el de llegada y el “canal” por el que va del primero al segundo se pueden modelar con parámetros eléctricos en lo que se denomina “circuito eléctrico equivalente”, y por lo tanto con componentes cuyo comportamiento es bien conocido… resistencias, bobinas, condensadores, fuentes de alimentación (en el caso de los elementos que incluyan dispositivos activos). Esto hace que, siempre sobre el papel, el componente que envía la señal se pueda homologar a una “carga” o impedancia y el que la recibe a otra, lo que significa que a la postre nuestro enlace no es otra cosa que lo que se conoce como “adaptación de impedancias”, que en teoría de circuitos equivale a conseguir una transferencia de potencia máxima. En esencia, esto es lo que hace que el cable tal entre el componente tal y el componente cual proporcione unos resultados sonoros superiores a la misma combinación unida con un cable no necesariamente más barato.
Pero, de nuevo, el tema no es tan sencillo, en parte porque los materiales empleados en los cables –conductores, revestimientos, dieléctricos, conectores- también tienen sus propias características eléctricas, que por lógica influirán en la transferencia de la señal de audio. De ahí que haya tantos y tantos diseños, algunos realmente complejos, otros audaces en su planteamiento (los equipados con redes de adaptación para intentar optimizar las críticas, en términos de calidad sonora, relaciones de fase) y otros francamente discutibles (los que incluyen dispositivos activos). Hablando en términos estrictos, si conociéramos todos y cada uno de los parámetros involucrados en un determinado cable, podríamos calcular la función de transferencia del mismo (que modela su respuesta en amplitud y fase) y saber exactamente como se comportaría al unir dos electrónicas, por ejemplo, o un amplificador y una pareja de cajas acústicas.
Pero esto no es nada fácil. Lo que es evidente es que las marcas que llevan décadas en este fascinante universo siguen ahí porque saben lo que se traen entre manos aunque, insisto y lo reconozco, los precios de ciertas realizaciones de referencia absoluta estén descontrolados. Pero sí puedo decir, y por experiencia propia, que cuando se cambian todos los cables de un sistema de audio por otros casi siempre se notan cambios claros, nada de “efecto placebo”, a veces para bien y a veces para mal. En este sentido es fácil entender que un cambio a nivel de sistema siempre tiene una influencia mayor que uno en un determinado componente del mismo por muy importante que sea. Sin ir más lejos, es exactamente lo que lleva haciendo desde hace muchos años la marca británica IsoTek para demostrar la importancia de los cables de red: primero se cambia el cable de la fuente, por ejemplo, luego el de otro componente y así hasta recablear todo el equipo para, llegados a este punto, vuelta a empezar con un modelo de superior nivel. Las mejoras están allí, que nadie lo dude, pero esto exige tanto disponer de un montón de tiempo para hacer pruebas como tener muy claro que para un equipo concreto no siempre el cable más opulento proporcionará los mejores resultados.
Ya a modo de conclusión, valgan dos reflexiones, una obvia y otra más sutil: la obvia es que el cable perfecto sencillamente no existe; la sutil es que muchos de los críticos con el tema apliquen criterios erróneos a su razonamiento, en especial considerar que nuestro sistema auditivo se comporta como un componente lineal cuando en realidad no es así.
Salvador Dangla